Jabier Goitia
El zorro junto al hombre, son los dos mamíferos cuyo género ha colonizado desde el más frío Ártico hasta los desiertos más tórridos, de ahí la enorme variedad de nombres que tiene, sin parangón con ningún otro objeto, ser o sensación; de la enorme serie (aghves, alepou, dhelper, guineau, kettu, lape, loomeree, lis, lisa, liska, lisitsa, raer, rebane, renard, räu, raposo, roka, tülkü, fox, vos, fuchs, phoska, volpe, vulpes, volpi, vixen…), llaman la atención “zorro” y “azeri” por la carencia de parientes.
El primero de ellos, que ha quedado en el Castellano como al menos dos mil fósiles más, tiene una explicación fácil desde el Euskera arcaico (o proto, primi o como se le quiera llamar), a partir de dos raíces perdidas; una de ellas es “soo” que tiene un significado vago entre “vistazo, mirada, observación…” y “orra”, la forma genuina de llamar al género canino.
En conjunto, “soo orra” denomina a una especie de ese género, tímida, pero extremadamente observadora, curiosa; de ahí “cánido observador, muy distinta al “txa (k) orra”, cánido casero, perro.
El segundo, “azeri” al que no hay que quitar ni poner nada, es otra expresión compleja basada en la observación de nuestros antepasados y que está compuesta por “aze”, raer, rozar, excarbar y “eri”, casta, raza, tipología, de manera que “aze eri” se ha contractado para dar “azeri” con el significado de “casta de excavador”.
Quien haya cazado, haya compartido experiencias con pastores o con biólogos que trabajen la zoología y -concretamente- la etología animal sabrá que los zorros, todos los zorros, no solo escarban con energía para asustar y sacar a sus presas de las huras, sino que antes de dormir, como una ceremonia, rascan el suelo trazando una especie de círculo.
En mi experiencia de análisis toponímico masivo, no he encontrado apenas antropónimos ni teónimos, sino referencias físicas palpables o que han dejado huellas. La obsesión por encontrar referencias humanas o divinas es una consecuencia de la carencia de dominio de otras ramas del conocimiento que las letras.
Para investigar (como para hacer la luz blanca), no basta con conocimientos en dos o tres disciplinas; hay que tener todo el espectro.
Luis Aldamiz
Aunque tus “etimologías” me parecen absolutamente increíbles, Javier, sí que valoro que menciones que el castellano “zorro” no tiene cognatos conocidos. Sin embargo se parece lo bastante a “azeri” como para tener raíces vasco-ibéricas, lo mismo que tiene “cerdo” (comp. [eus] “zerri”, now “txerri”) y probablemente “perro” (aunque es difícil de comparar con [eus] “zakur”, now sometimes “txakur”, no es imposible que derive de una voz ibérica o cántabro-astur más diferenciada de su equivalente vasco por la razón que fuere).
La etimología que propones para “txakur” no tiene sentido, ya que se trata claramente de un diminutivo cariñoso fosilizado de “zakur”, lo mismo que “txerri” lo es de *zerri (no atestiguado directamente que yo sepa pero evidente en su variante romance-castellana “cerdo”). “Zakur” es ahora específicamente mastín: perro grande de guardia, mientras que txakur se ha convertido en el término genérico (así como el particular para el perro pastor, el que guía a las ovejas, de menor tamaño y muy vivaz y con el que el pastor tiene usualmente una relación más intensa que con el mastín). Estas palabras tan básicas (pocas sílabas, vocabulario agrario fundamental) no deberían de tener etimologías internas aglutinantes y mucho menos tan extremas como las que propones.
Pero sí que parece razonable aceptar zorro <> azer(r)i como cognatos, al margen de que no seamos capaces de descifrar sus orígenes más allá (con la excepción posible de lo que mencionaba Eduard sobre el caucásico NE /cer/ – no sé si hay más o mejores ejemplos).