• Igandea, Urtarrila 26th, 2014

Carme Jiménez Huertasek, hizkuntzalaria eta hizkuntzalaritzan eta hizkuntzen teknologietan adituak, No venimos del latín liburuaren laburpena egin du, bertan dauden oinarrizko kontzeptuak ulertu ahal izateko. Esan beharra dago liburuak arrakasta izan duela eta bi hilabeteetan agortu  dela. Une honetan edizio berria prestatzen ari da. Bere bideoak bisita asko izan ditu eta martxoaren amaieran 22.500 bisita izan ditu.

Hay una ley de la lingüística que dice que las lenguas divergen y que excluye cualquier posibilidad de evolución convergente. Si las lenguas romances derivaran del latín como se nos ha dicho, se separarían entre sí pero mantendrían una clara relación lingüística con la madre. Sin embargo no es eso lo que encontramos.

Las lenguas romances se parecen entre sí llegando a idénticas soluciones convergentes que, en cambio, muestran una rotura con el latín. ¿Cómo se explica que una lengua madre no legue a sus hijas ni la morfología, ni la sintaxis, ni las leyes fonéticas, ni la estructura y el orden de los constituyentes de la oración y que además se pierdan las declinaciones, los verbos deponentes, los conectores….?

Esta convergencia de los romances sólo puede comprenderse si el parentesco es anterior a la llamada romanización. Serían por lo tanto lenguas derivadas de una lengua madre común de la que el latín también bebió, a través del etrusco y de las lenguas sabélicas que ya estaban en el territorio antes de la llegada de los romanos…

Cuando a principios del siglo VII a.C. la influencia de Roma fue más allá de la comarca del Lacio, la península itálica estaba ocupada por dos grandes culturas florecientes: la etrusca en el norte y la griega en el sur. Los distintos pueblos se dividían en tres grupos: los que hablaban las lenguas latino-faliscas, al norte de la ciudad de Roma y en la región central del Lacio; las lenguas osco-umbras o sabélicas, habladas en la mayor parte de la península itálica, y la lengua tirrena más conocida como etrusco, hablado en la Toscana. Además se hablaba el griego.

Si situamos en un mapa la extensión de estas lenguas veremos que la expansión del latín era mínima. ¿De dónde surgió esta lengua tan poco afín con las de sus vecinos? Los latinos eran getas, una tribu de los dacios procedentes de la zona del Danubio. Cuando Roma sometió a todas las poblaciones en sus campañas de conquista, sus contingentes hablaban lenguas sabélicas del tronco osco-umbras. Además, en el caso de las Guerras Púnicas, los ejércitos romanos emplearon a ciudadanos de Hispania, que no pueden considerarse agentes activos de la romanización.

Por lo tanto, que el latín fuera la lengua oficial del imperio, no significa que todos los romanos hablaran latín y mucho menos que nos impusieran su lengua. De hecho, salvo los patricios, los romanos tenían que estudiar para hablar correctamente el latín.

Cuando analizamos sincrónicamente las lenguas, observamos una continuidad territorial con zonas de tránsito e isoglosas lingüísticas que actúan como fronteras. Al estudiar diacrónicamente el cambio lingüístico, podemos apreciar que los cambios internos de una lengua son lentos o muy lentos; no se producen en siglos, sino en milenios.

Tenemos claros ejemplos con el español y el inglés de América que, después de 500 años, siguen siendo inglés y español. En ningún caso, se han deformado las lenguas ni se han desestructurado sintácticamente; mantienen sus reglas gramaticales a pesar de que puedan sufrir un trasvase importante de léxico.

Durante siglos, el latín fue considerado la lengua de la cultura. Sólo se escribía en latín. Su prestigio fue tan grande que las palabras nuevas se creaban a partir del latín o del griego, dejando de lado el método de la composición, tan productivo, con el que nuestras lenguas permiten crear cuantos términos necesitemos.

Sin embargo, si realizamos un análisis un poco más profundo, nos damos cuenta de que muchos de los étimos utilizados para demostrar el origen latino de las palabras de las lenguas romances, pueden explicarse mejor desde nuestro conocimiento del ibérico que desde el latín. Para empezar, los elementos composicionales que en los romances están desemantizados, adquieren significado si se comparan con los cognados ibéricos. Pero incluso su supuesta evolución etimológica se desmorona si tenemos en cuenta las propias características de la fonética ibérica.

Por poner un ejemplo, la palatalización que se explica como una correlación de cambios sucedidos a lo largo de trescientos años por influencia de la yod (que se presupone una influencia celta) puede explicarse de manera simple a partir del ibérico. Porque precisamente la /i/, la vocal palatal anterior, es la vocal más presente en ibérico. Esto demostraría que más del 50% del cambio lingüístico que hasta ahora se ha atribuido a una influencia externa, podría tener su origen en el habla ibérica.

Otro caso interesante es el de la formación de las fricativas. Dado que la fricativa sonora /Z/ no existía en latín, su aparición se justifica diciendo que se formó a partir de la sorda /S/ en contacto con la glide yod. Bueno, pues está claro que en los textos ibéricos se representan, claramente, dos fricativas sibilantes distintas, consideradas S y Z respectivamente. También existen en ibérico dos róticas distintas, una simple /R/ y una doble /RR/. Sin duda lo más difícil de explicar es la aparición de los sonidos africados y lo mismo sucede con el resto del inventario fonético. ¿De dónde salen estas articulaciones, presentes en todas las lenguas romances, pero inexistentes en latín?

Si el tema de la fonética muestra un abismo entre el latín y sus supuestas hijas, la morfología y la sintaxis tampoco son las mismas que las de la supuesta lengua madre. Desaparecen los casos gramaticales y los nexos que establecen las correlaciones sintácticas; se establece el uso preferente de las construcciones perifrásticas frente a las analíticas; disminuye la voz pasiva; no hay verbos deponentes; se reducen las formas verbales no personales; no existen las oraciones de ablativo absoluto ni las oraciones de infinitivo; se amplía el paradigma de las categorías no léxicas: preposiciones, adverbios y conjunciones; y por último pero no menos importante, hay un cambio radical en el orden de los constituyentes de la oración y en la estructura de las oraciones interrogativas y negativas…

En gramática histórica se intenta justificar la enorme distancia que separa el latín de las lenguas romances hablando de vulgarización, de un retroceso que llevó a la parataxis, es decir, se volvió al estadio primitivo de usar al lenguaje no verbal, los gestos, para entenderse más allá de una lengua que sólo utilizaba oraciones simples o la composición elemental por coordinación. No hay ni una sola sociedad en todo el planeta tierra que no disponga de una lengua perfectamente estructurada, porque como demuestra la gramática generativa, el lenguaje forma parte intrínseca del género humano, no sólo sirve para la comunicación, es la base del pensamiento abstracto, ¡nacemos genéticamente preparados para hablar!

La realidad es que los lingüistas no pueden explicar este cambio estructural entre el latín y los romances. Y lo que es más difícil todavía, en este supuesto estado de confusión, los hablantes de regiones tan alejadas como Galicia y Rumania, que a la caída del Imperio no estuvieron jamás en contacto, llegaron a idénticas soluciones. ¿Casualidad? Nuestras lenguas actuales comparten muchas palabras; esta afinidad no respondería tanto a la latinización sino a un léxico común que se remontaría miles de años. Las diferencias serían resultado de la lenta evolución natural a partir de una lengua madre más antigua y compartida por los distintos pueblos mediterráneos.

Ante esta situación, deberíamos prestar una mayor atención a los más de dos mil textos epigráficos que nos ha legado la cultura ibérica. Deberíamos preguntarnos cómo es posible que, en pleno siglo XXI, su escritura siga sin descifrar. Por qué sigue explicándose en las escuelas que fueron los conquistadores romanos los que aportaron la cultura y la civilización. Por qué no se da a conocer el alto nivel de la cultura indígena que comercializaba desde tiempo antiquísimo con otros pueblos mediterráneos: minoicos, micénicos, helenos, fenicios. Y en lingüística, por qué sigue utilizándose un marco teórico complicadísimo de evolución fonética que ignora las características propias del ibérico…

Las múltiples preguntas que plantea este trabajo deberían ayudarnos a replantear los estudios filológicos actuales. La lengua ibérica es nuestra gran esperanza para avanzar en la comprensión de nuestras propias raíces.

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  1. Como ya dije en otro espacio afín (y todo el mundo coincidía) lo que dice esta señora no tiene ni pies ni cabeza. Es cierto que hay algún vocabulario y seguramente también sonoridad que no son latinos sino sustrato diverso (perro, etc.) pero está clarísimo que los romances derivan del latín por intermediación de otra lengua criolla que es el latín vulgar, que parece ser el idioma de la calle del Imperio (excepto donde éste era el griego u otras lenguas orientales), lengua que seguramente se formó primeramente con la rapídisima expansión de Roma en Italia alrededor de 300 AEC, casi un siglo antes de la conquista de Hispania y más aún de las de Galia o Dacia.

    Es un hecho además que todos los romances (excepto el rumano) mantienen una unidad básica (es decir: el latín vulgar) hasta aproximadamente la época del colapso del Imperio Occidental. Es decir: el Imperio no sólo mantenía un idioma oficial (latín clásico, al parecer restringido a las élites educadas) sino que también mantenía la unidad de la lengua criolla o latín vulgar de alguna manera a través de las interacciones socio-económicas que amparaba.

    Las preposiciones p.e. son todas latinas, con la ocasional rareza evolutiva que aún así tiene raíces latinas. Sólo que en latín clásico se usaban menos, ya que este disponía de un sistema declinativo que las suplía. Declinaciones cuya pérdida es el rasgo más característico del latín vulgar.

    Lo único en que estoy de acuerdo con esta señora, de cuyo nombre prefiero olvidarme, es que no fue Roma quien trajo la “civilización”, no sólo a la otrora avanzada Iberia, que albergó las civilizaciones más antiguas de Europa Occidental antes de convertirse en colonia, sino incluso a zonas más remotas como Britania o las varias Galias, donde ya existían tanto carreteras como ciudades antes de los romanos (aunque se les llama “poblados fortificados”, “castros”, “oppida” de forma un tanto injusta), así como saunas y otros avances. Además prácticamente todo el acervo tecno-civilizacional de los romanos está tomado de los etruscos (así como en menor grado de griegos y cartagineses).

    Estoy por tanto muy de acuerdo en reivindicar las civilizaciones pre-romanas nativas (tan olvidadas por la historiografía romance) pero no a expensas de la verdad en lo que respecta a los orígenes del latín vulgar/romances. A cada cual según sus méritos reales, no imaginarios.

    Citando: “… los lingüistas no pueden explicar este cambio estructural entre el latín y los romances. Y lo que es más difícil todavía, en este supuesto estado de confusión, los hablantes de regiones tan alejadas como Galicia y Rumania, que a la caída del Imperio no estuvieron jamás en contacto, llegaron a idénticas soluciones. ¿Casualidad?”

    Primero, los lingüistas pueden perfectamente explicar este cambio estructural a través de la criollización, proceso masivo de aprendizaje imperfecto de una lengua en edad adulta. Hay algún debate sobre cómo exactamente se realizó este proceso pero está claro que Roma se expandión muy rápidamente a principios del s. III a.C. en Italia, siguiendo con las islas vecinas (I Guerra Púnica) y gran parte de Hispania (II Guerra Púnica), ésta ya casi en el siglo II. A mi entender el grueso de la criollización ocurrió en Italia, concepto etno-político que es de creación romana (los italianos libres tenían la ciudadanía romana, mientras que los provinciales no hasta Augusto) y a partir de allí se expandió con legionarios, mercaderes y sirvientes a las provincias, a la sombra del latín oficial, que no dejó de influir nunca.

    Segundo, es evidente que el hecho de que gallegos y rumanos llegaran a “la misma solución” sólo puede atribuirse al hecho de que estaban bajo el mismo imperio y que a ambas áreas viajaban los mismos legionarios, mercaderes, burócratas y sirvientes con una cultura y lengua italianas. Es precisamente esta unidad neo-latina o italiana lo que conduce a similares soluciones. Hay que decir de todas formas que el rumano es el dialecto que primero se diferencia, ya antes de la caída del Imperio, obviamente porque Dacia estuvo menos tiempo bajo control romano que las provincias occidentales. Por lo demás, los dacios no tenían demasiado que ver con los supuestos “celtas” (en realidad amalgama de pueblos de lengua diversa) de Gallaecia y mucho menos aún con los íberos, pueblo claramente pre-indoeuropeo.

    Es posible que haya elementos fonéticos como los sonidos “ñ” y “ll” (forma castellana de escribirlos), cuya distribución se aproxima a la del Neolítico Impreso-Cardial, que tengan profundas raíces muy antiguas, sí, pero un grano no hace granero: el latín vulgar (madre de todos los romances) sigue siendo clarísimamente derivado del latín clásico mediante un proceso de criollización centrado en Italia.

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