• Miércoles, Diciembre 14th, 2016

En la jornada sobre Iruña-Veleia y el Cristianismo que realizamos el 19 de noviembre en el Palacio Europa de Gasteiz-Vitoria, el investigador Félix Rodrigo Mora de Madrid habló sobre el movimiento Bagauda y el Arte Medieval a través de una visita guiada a la Basílica de San Prudencio. En la visita se pudieron observar algunas imágenes eróticas no entendibles a primera vista y, viéndolas, nos dábamos cuenta que desconocemos la mayor parte de lo que nos cuentan de la religión.

Resumen

La basílica de San Prudencio, del siglo XII, posee una decoración escultórica de muy notable calidad estética cuya contemplación suscita un enorme deleite y elevación espiritual. Su relación con la revolución altomedieval, con el movimiento bagauda vascón del siglo V, es compleja, tortuosa y remota. Está edificado sobre otro templo del siglo VIII, que debió estar más próximo cronológicamente y en la cosmovisión de aquélla.

El arte románico, incluso en su versión concejil o popular, es afirmación y negación de sus grandes logros civilizadores cuyo espíritu liberador se encuentra mejor plasmado, aunque no pueda aprehenderse visualmente, en los eremitorios altomedievales alaveses y navarros, manifestación del cenobitismo o monaquismo cristiano revolucionario, el elemento agente decisivo de esa grandiosa mutación.

En la Euskal Herria histórica los restos altomedievales (siglos V-X), si se exceptúan los formidables conjuntos eremíticos rupestres, son exiguos: Fitero, Labastida, Monasterio de Suso, Zalduendo, Arrigorriaga, Elorrio, Meñaka, Irun… El románico es el final, aunque en Armentia un final magnífico, arrebatador. Lo mismo se percibe en, al menos, otros dos templos románicos vascos, San Martin de Artaiz y Tuesta.

Extracto de la ponencia

La revolución altomedieval rompe con todo ello. Por un lado unifica arte y público, estética y utilidad, y, por otro, emancipa el acto artístico de la propaganda. Todos son creadores de arte, y todo lo existente debe ser estético, a la vez que cesa el aleccionamiento, para hacer que la obra de arte manifieste el estado anímico de su creador, personal o grupal.

La parte emocional, intuitiva y pasional del arte es con ello intensamente promovida, una vez que aquél se libera de servir, por y con frío cálculo, al poder constituido. La práctica artística deja de ser medio y se hace fin, pierde su condición alevosamente pedagógica para pasar a expresar e impulsar lo esencialmente humano en la esfera de lo sensitivo, afectivo, pasional y cognoscitivo específico, situación que permite el despliegue de la categoría de sublime. Lo real total y ya no la razón de Estado (sobre todo, porque deja de haber ente estatal en lo principal) llega a ser su fundamento. El par belleza/sublimidad, con los dos polos fusionados pero a la vez diferenciados y en buena medida enfrentados, desarrolla su positividad antagonizante unitaria, haciendo que de la tensión de los opuestos pero a la vez unidos resulte el mejoramiento y el avance.

En ese tiempo la religión es parte y sólo parte, ocupando un espacio estético limitado, de manera que el arte medieval se ocupa de la totalidad de lo humano y lo real. Sólo con la imposición del gótico se hace obsesivamente piadoso y, por ello, reduccionista y deshumanizado. En aquél desaparece el artista en tanto que especialista en crear belleza, sustituido por la categoría del artista-multitud: todos hacen arte, como individuos y asociadamente, lo que significa la conquista de la libertad creativa para el conjunto de los seres humanos, y no sólo para algunos “genios” aleccionadores, que desempeñan en lo estético la misma función que el emperador en lo político y el papa en lo religioso. Pero el hecho estético tiene que fundamentarse en la calidad, en el oficio, en el buen hacer, en la busca de la excelencia, pues su meta es lo óptimo, que surge del éxtasis esforzado y el tormento emocional, vale decir, de la amorosa voluntad de servicio.

La sutilidad y la dialéctica, además del universalismo, prevalecen. A la vez que se rechaza a Roma en lo político, lo económico y lo social se admite una parte significativa de su legado cultural y estético, pudiéndose decir que gracias a la revolución altomedieval, iniciada por los bagaudas y estimulada por el monacato cristiano revolucionario durante más de medio milenio, se salva y transmite la cultura y el arte clásico, griego y romano, al que sus creadores, al sumirse en la decadencia y la barbarie por hiper-extensión del Estado, habían dado la espalda.

La noción del amor, como entrega al otro, ordena la práctica estética cotidiana. Pero dicha categoría se formula con riguroso realismo, pues mientras la comunidad popular vasca instituye la idea de servicio de unos a otros dentro de sí misma tiene que atender, para sobrevivir, al combate armado contra los opresores y agresores, primero el reino godo católico de Toledo y luego el Estado musulmán de al Ándalus, los dos virulentos enemigos, junto con el imperio carolingio, de la revolución bagauda y su continuación. Así imperó la complejidad.

Ponencia: la Revolución Bagauda y el Arte Medieval

San Prudentzio

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Iruña-Veleia y el Cristianismo: charla de Félix Rodrigo Mora8.0101
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