Euskeraren Jatorria ha entrevistado al Eduardo Alfaro recopilador de incripciones de Soria para tener más información del gran trabajo que ha realizado.
Euskeraren Jatorria: En primer lugar, estimado Alfaro, ¿nos podrías contar cómo empezaste a recopilar lápidas y otros escritos y por qué? ¿Cuántos son en total, en cuántos han aparecido palabras en euskera, qué singularidades culturales, etc. nos ofrecen?
Eduardo Alfaro: El marco son mis estudios universitarios. Una vez licenciado en la especialidad de Arqueología por la Universidad de Valladolid, mediada ya la década de los noventa, decidí realizar los cursos de doctorado enfocando el trabajo final, la denominada entonces Tesina, en los tiempos celtibéricos y romanos de estos altos valles de la serranía soriano-riojana, margen derecha del Ebro. Dentro de época romana se conocían en esos años en la comarca poco más de una veintena de inscripciones latinas que ya habían llamado la atención a investigadores de La Rioja como Urbano Espinosa; algunas inscripciones incluían nombres indígenas que rompían con la inercia tradicional que veía en estos territorios a gentes célticas. La documentación y revisión de las piezas, primero en el marco de la Tesina y después en el de mi Tesis Doctoral, forman parte de la metodología de trabajo de investigación.
Hoy contamos ya con 39 inscripciones de ésta época. Aunque la mayoría de los nombres que incluyen son latinos, el conjunto de nombres indígenas es importante y dentro de estos, la inmensa mayoría se alejan de los presupuestos célticos tradicionales: Sesenco, Oandissen, Onse, Onso, Buganson, Agirsen, Arancis, Lesuridantar, Vel(–)Arthar, Haurce, Belscon…
Aquí hay que aclarar que mi formación es la de arqueólogo e historiador, no la de lingüista o filólogo; mi lectura arqueológica se apoya en el consenso que hay en investigadores de estas disciplinas que ven nombres vascos en muchos de los individuos que vivieron en las Tierras Altas de Soria hace casi dos milenios.
Euskeraren Jatorria: Nos imaginamos que no ha sido una tarea fácil ¿Qué es lo que más te ha ayudado a seguir con este trabajo y cuáles han sido las dificultades más importantes que has encontrado?
Eduardo Alfaro: La verdad, no ha sido difícil, sí sacrificado. Lo más gratificante es el respeto y la consideración que te demuestra buena parte de la gente de los pueblos que te avisa ante cualquier posible novedad o hallazgo nuevo. Este trabajo de investigación es vocacional, no profesional, por lo tanto soy “feliz” cada vez que me enfrasco en él. Sí que es sacrificado, hay que dedicar muchísimo tiempo, lo que supone renunciar a otras muchas cosas generalmente del ámbito social. Pero bueno, en la vida hay que elegir, y yo he elegido este camino.
Euskeraren Jatorria: ¿Qué pensaste cuando empezaron a aparecer textos en euskera? ¿Nos puedes explicar tu hipótesis de que pudieron ser de ganaderos trashumantes?
Eduardo Alfaro: La primera, y por tanto la ruptura original de presupuestos es la de Urbano Espinosa cuando apuntó a finales de los ochenta, a partir de los cuatro nombres que él conocía entonces (Oandissen, Lesuridantar, Arancis y Agirsen), que se trataba de nombres ibéricos frente a la visión céltica anterior. Cuando Joaquín Gorrotxategi nos apuntó en 2001 que el nombre que aparecía en una estela que yo mismo acababa de presentar junto con Joaquín Gómez-Pantoja, Sesenco, era transparente en euskera, aparte de cierta perplejidad, no fuimos muy conscientes del giro que iba a tomar nuestra investigación… Pero giro dio, ya lo creo que dio, y fruto de ello son las conclusiones que expongo en mi tesis doctoral.
Mi lectura es estrictamente arqueológica y se basa en la riqueza substancial del territorio, los pastos. Las Tierras Altas de Soria, con alturas que oscilan entre los 1200-1700 metros son óptimos estivaderos para el ganado, pero necesitan de pastos de invierno que hay que buscar lejos de estas montañas. Es un territorio de tradición trashumante que desde la Edad Media ha cubierto la necesidad de invernaderos en la Extremadura meridional castellana, a unos 30 días andando con el ganado.
En un pasado mucho más remoto, lejos de la estabilidad que Castilla proporcionaba a la Meseta y su Honrado Concejo de la Mesta, entendemos que es lógico pensar que estos altos valles de la margen derecha del Ebro muy probablemente cubrieron su necesidad de invernaderos en el fondo de valle, la actual ribera riojano-navarra entre Calahorra y Alfaro, donde precisamente desembocan en el Ebro sus ríos Cidacos y Linares-Alhama, a poco más de un par de jornadas andando con el ganado. Hay que recordar que en Ptolomeo, contemporáneo de nuestras estelas, Calagurris es una de las principales ciudades vasconas.
Esta lectura, vista desde la continuidad, supondría la presencia en estas sierras de gentes pastoriles con onomástica vascona al menos desde que hay certeza de asentamientos estables en el territorio, los primeros poblados fortificados del Primer Hierro.
No hay que descartar sin embargo movimientos de población, forzados o voluntarios, tras una crisis de envergadura como durante las guerras de conquista romana o la Guerra Sertoriana. Tras esta última, desarrollada buena parte de ella entre la Meseta y el valle del Ebro, sabemos por las fuentes que Pompeyo dio y/o quitó tierras, moviendo a sus ocupantes, pudiendo ser el nuestro uno de los casos en que se reubicó en uno de los sectores de pastos más finos de la Sierra a un grupo humano interesado en ellos, que en este caso procederían de la ribera o de más al norte, y que justificaría la presencia de esta onomástica vascona en los agostaderos de las actuales Tierras Altas de Soria.
(Inaguración)