Jon Nikolas ha publicado dos artículos proponiendo que los topónimos que acaban en -IKA no tienen por qué venir del latín tal como propone Patxi Salaberrik
El rigor que pedía Azkue para aceptar la antigüedad de un vocablo, así como su significado, exigía la prueba firme confirmada por el propio euskara. En esta dirección de poder presentar la prueba cuando no hay documento escrito que alcance el origen del euskara/eskuara, tenemos la reflexión de Ramón Menéndez Pidal, sobre un tiempo más cercano. En un artículo suyo (“Tres épocas de romanización”, 1918), valoraba la riqueza de la toponimia de Euskal Herria: Gran parte de la historia del vasco está archivada en los nombres de lugar; donde se conservan fósiles de la lengua primitiva que no dejaron de sí otra memoria alguna; así que la toponimia comparada de las regiones que son o fueron vascas nos han de revelar condiciones especiales de léxico, de gramática y de geografía imposibles de estudiar en otro documento escrito.
La profundidad de la toponimia y su asentamiento documental y cartográfico, permite estudiar fenómenos fonéticos por el significado ajustado a su designación. Sin embargo, P. Salaberri reclama el potencial de la disimilación de consonantes vocales para descubrir los enlaces que permiten resolver las mutaciones y pérdidas de algunos de nuestros topónimos para iluminar su oscura significación por medio del latín.
El alcance no tiene profundidad lingüística, porque gracias al artificio del asterisco (*) cualquier solución es posible. Unas veces en latín y otras en romance, según dicen, se produjeron unas diferencias entre dos sonidos de unas palabras para evitar una repetición incómoda; o simplemente por evolución de ahorro fonético diacrónico. Ansí, así debió resultar con viginti perdiendo la /g/ y fundiendo las dos /i/ en una única pronunciación vocálica; el resultado de la ecuación es viginti > viinti > veinte, como de diceban resultó dicia para terminar diciendo, decía. Esta figura entendida como disimilación no sólo puede producir un cambio de vocales o consonantes, como la eliminación de un sonido (es evidente en viginti), sino también la transformación de un morfema (independiente o dependiente), como es el caso de aratrum (lat.), arada (cat.), arado (esp. y port.).