• Astelehena, Apirila 29th, 2013

Hamairugarren atalburuan zenbait proposamenen anakronismoak aipatu dira:

13. Algunas etimologías incurren en serios anacronismos

Según Lakarra la palabra bazter proviene del latín praesepe ‘pesebre’ por intermedio del castellano antiguo presepre, con una evolución presepre > *barzepre > *bazper > bazter (Lakarra 2011:105). Solamente por razones semánticas resulta problemática esta propuesta, ya que bazter tiene el significado principal de ‘esquina’, ‘orilla’, de los que se derivan los secundarios de ‘rincón’, ‘campo’, ‘tierra de labor’. Es verdad que en latín praesepe tenía las acepciones de ‘establo’, ‘habitación’ y que de ahí cabría plantear una evolución hacia ‘lugar’. Esto plantea no obstante muchos problemas, porque los testimonios más antiguos en toponimia parecen apuntar que el sentido de ‘esquina’ es el primitivo.

Uno de los puntos más débiles de la hipótesis de Lakarra es un detalle cronológico. Se nos dice que presepre es un término del castellano antiguo sin darnos fechas exactas ni precisar en qué textos conocidos se utilizaba esa forma. A partir de una información tan exigua podríamos deducir que por «castellano antiguo» se estará refiriendo al hablado en la Edad Media entre los siglos X-XIV. Sin embargo, no hemos podido encontrar ninguna cita de presepre en el Corpus del Nuevo Diccionario Histórico del Español (CNDHE), base de datos de la lengua castellana más completa en este momento, y lo que más se registra es pesebre[1], cuya primera cita se produce en 1200 en La Fazienda de Ultra Mar de Almerich. Paralelamente, si acudimos al DGV observamos que la primera cita de un caso del vasco bazter procede de 1070, en un topónimo Bazterrecoa del archivo del monasterio de Iratxe.

Esto quiere decir que bazter ya estaba totalmente formado para el siglo XI y seguramente llevaba bastante tiempo así. Tenemos por tanto una incongruencia. ¿Cómo es posible que pesebre o su enigmática variante presepre entrase en el euskera y se convirtiera tan rápidamente en bazter sin dejar indicios de pasos intermedios, a través de transformaciones fonéticas harto complejas? La palabra vasca sería además 130 años más antigua en la documentación que su supuesto antecedente castellano. No se explica tampoco que en el riojano Gonzalo de Berceo, influido por el vasco, existiera también pesebre (CNDHE) sin experimentar grandes cambios respecto a su antecedente latino praesepe, y en el euskera se hubiese producido semejante transformación. Estamos ante contradicciones de extrema gravedad.

Pero nos queda la pregunta fundamental a la que el profesor vizcaíno no ha dado todavía respuesta: ¿cómo es posible que tras supuestamente un breve periodo de meteórica transformación, bazter lleve como mínimo un milenio entero sin haber modificado ni un fonema su estructura? ¿A qué se debe que los préstamos llegados del latín o el romance viviesen dramáticas modificaciones para integrarse en el léxico vasco, y que a continuación se quedasen congelados sin alterarse apenas hasta ahora? A nuestro juicio ésta es una de las irregularidades más injustificables de toda la teoría, suficiente para dudar de su coherencia lógica.

Tres cuartos de lo mismo sucede con *abedulki ‘trozo de abedul’ > *abeulki > *abulki > aulki ‘silla’ (Lakarra 2011: 105). En este caso no se aporta dato etnográfico alguno de que las sillas de los vascos primitivos fueran exclusivamente de madera de abedul, ni se ofrecen paralelos semánticos en otras lenguas. Tampoco parece factible una simplificación fonética tan radical sin dejar rastro de pasos intermedios en la documentación. Además el castellano abedul es una palabra tardía, que no aparece hasta mediados del siglo 1745 en el Viaje a Galicia de Fray Martín de Sarmiento (CNDHE), y que desciende del latín betulla. Aunque abedul existiera desde mucho antes, *abedulki sólo se habría podido formar recientemente y con escaso tiempo para evolucionar a aulki. Según el DGV aulki aparece desde los primeros textos vascos tal y como lo conocemos ahora, lo cual va radicalmente en contra de la propuesta de Lakarra.

Otro caso parecido es el de la etimología para aiher ‘propensión’, ‘inclinación’ y ‘odio’, que Lakarra hace venir del francés craindre (Lakarra 2009a: 580), sin aportar referencia alguna a si esta forma estuvo en uso en un momento anterior a la aparición de aiher, datos inexcusables para justificar la etimología. El DGV recoge por el contrario la teoría apuntada por G. Bähr y aceptada finalmente por Mitxelena de que aiher tuvo en principio el valor topográfico de ‘inclinación’, ‘pendiente’, citándose el topónimo aragonés Ayerbe. Esta interpretación es seguida por Morvan, quien señala que el nombre de la villa de Ayherre y otros topónimos parecen demostrar la anterioridad del sentido topográfico frente al pasional de aiher (Morvan 1988: 1199). Dado que tanto Ayerbe como Ayherre surgen en citas medievales, de nuevo nos encontramos ante una seria incongruencia.

¿Cómo es posible que palabras euskéricas estabilizadas desde hace un milenio desciendan de términos romances que como mínimo se empleaban en las mismas fechas, o que incluso pueden ser posteriores? ¿Dónde están los pasos intermedios, y por qué en estos casos se produjo una evolución tan trepidante del romance al euskera, hasta el extremo de que bazter o aulki aparezcan antes que sus supuestos antecedentes románicos? Creemos que éste es uno de los puntos más inverosímiles de la teoría de Lakarra, que no tiene en cuenta principios diacrónicos elementales.

Las incongruencias temporales no se limitan al campo de los supuestos préstamos, sino que se extienden al léxico patrimonial, a veces con resultados —permítasenos la expresión— abracadabrantes. Para esne se ofrece la etimología *behi-seni-edabe (‘bebida o pócima del niño de la vaca’) > *(b)eh(i)-s(e)n(i)-e(d)a(b)e > *e(h)sn-eae > esne (Lakarra 2011: 106). Aparte de que a nivel fonético se propone un proceso de evolución extraordinariamente complicado y por tanto poco probable, a nuestro juicio se está cayendo en el abuso de mezclar palabras de diferentes épocas.

Behi aparece desde los primeros textos y la toponimia medieval en todos los dialectos, seni se observa solamente en la onomástica aquitana hace dos mil años, siendo sehi/sein sus descendientes en euskera moderno, y edabe es una palabra sólo del área occidental, cuya primera cita según el DGV se registra en el diccionario de Landuchius a mediados del siglo XVI. Creemos que en este caso se está intercalando una palabra bimilenaria del léxico aquitano entre dos que pertenecen a fechas más recientes. Es poco probable que las tres formas convivieran en un mismo momento temporal. Si admitiéramos tal extremo, nos encontraríamos ante el insólito hecho de que behi y edabe no habrían experimentado cambio alguno a lo largo de los milenios y seni por el contrario sí. La incongruencia de la propuesta salta a la vista. Además, ¿en qué tiempo y estado de la lengua se sitúa *behi-seni-edabe? ¿En el preprotoeuskera, protoeuskera, euskera arcaico, euskera medieval?


[1] Las búsquedas nos han aportado también presebre en 1276 y 1467, y presepe en 1411.

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Lakarra aztertuz. 13. atalburua: anakronismo larriak10.0103
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2 iruzkin

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